miércoles, 11 de febrero de 2015

¿HASTA DONDE PUEDE EL DIABLO ACTUAR ?

LO DIABÓLICO – Por Antonio Royo Marín




   Doctrina teológica sobre los demonios. —He aquí, brevísimamente expuesta, la doctrina de la Iglesia sobre los demonios y las principales conclusiones a que han llegado los teólogos partiendo de los datos revelados
1) Es de fe que existen los demonios, o sea, un número considerable de ángeles que fueron creados buenos por Dios, pero que se hicieron malos por su propia culpa.
2) Los demonios ejercen, por permisión de Dios, un maligno influjo sobre los hombres, incitándoles al mal  y a veces invadiendo y torturando sus mismos cuerpos.
3) En medio de los asaltos y torturas de los demonios, la voluntad humana siempre permanece libre. La razón es porque—como explica Santo Tomás de Aquino —la voluntad sólo puede ser inmutada de dos maneras: intrínseca o extrínsecamente. Ahora bien: sólo Dios puede moverla intrínsecamente, ya que el movimiento voluntario no es otra cosa que la inclinación de la voluntad a la cosa querida, y sólo Aquel que ha dado esa inclinación a la naturaleza intelectual puede inmutarla intrínsecamente; porque así como la inclinación natural procede del Autor de la naturaleza, así la inclinación voluntaria no viene sino de Dios, que es el autor de la misma voluntad. Extrínsecamente, la voluntad puede ser movida de dos maneras: a) Efficaciter, o sea, actuando sobre el mismo entendimiento y haciéndole aprehender el objeto como bien apetecible (y en este sentido sólo Dios puede mover eficazmente la voluntad, porque sólo Él puede penetrar directa e intrínsecamente en el entendimiento), y b) Inefficaciter, o sea, a modo de simple persuasión («per modum suadentis tantummodo»). Y éste es el modo que corresponde a los ángeles—buenos o malos—y a los demás seres creados, que pueden influir sobre nosotros. El demonio, pues, sólo puede mover la voluntad extrínsecamente «per modum suadentis», esto es, ofreciendo a los sentidos externos e internos las especies de las cosas que incitan al mal o excitando el apetito sensitivo para que tienda desordenadamente a esos bienes sensibles; jamás inmutando intrínsecamente la misma voluntad.
4) Los ángeles buenos y los demonios pueden inmutar intrínsecamente la imaginación y los demás sentidos internos y externos, La razón es porque esta inmutación puede producirse por el movimiento local de las cosan exteriores o de nuestros humores corporales, y la naturaleza corporal obedece al ángel en cuanto a su movimiento local, como explica Santo Tomás de Aquino.
5) Los demonios no pueden hacer verdaderos milagros, como quiera que éstos excedan por definición las fuerzas de toda naturaleza creada o creable. Pero como la potencia de la naturaleza angélica—que conservan íntegra después de su pecado—excede con mucho las fuerzas naturales humanas, pueden los demonios hacer cosas prodigiosas, que exciten la admiración del hombre en cuanto que sobrepasan sus fuerzas y conocimientos naturales.
   El demonio, pues, tiene una potencia natural muy superior a la del hombre y puede obrar con ella cosas prodigiosas, que, sin ser verdaderos y propios milagros, exciten la admiración de los hombres y planteen verdaderos problemas para el discernimiento de esos fenómenos en su relación con los naturales y los sobrenaturales. En su lugar señalaremos las principales reglas de discernimiento en cada caso; pero bueno será que ya desde ahora adelantemos, en sintética visión de conjunto, lo que el demonio no puede hacer de ninguna manera por exceder en absoluto sus fuerzas naturales y lo que de suyo no excede su capacidad y potencia natural, y podría por lo mismo realizar con la permisión divina.

   A) LO QUE EL DEMONIO NO PUEDE HACER.

1. Producir un fenómeno sobrenatural de cualquier índole que sea. Es algo que rebasa y trasciende toda naturaleza creada o creable, siendo propio y exclusivo de Dios.
2. Crear una substancia. Supone un poder infinito el hacer pasar una cosa de la nada al ser. Por eso, las criaturas no pueden ser utilizadas por Dios ni siquiera como instrumentos de creación.
3. Resucitar verdaderamente a un muerto. Únicamente podría simular una resurrección aletargando a un enfermo o produciendo en él un estado de muerte aparente para producir la ilusión de su maravillosa resurrección.
4. Curar instantáneamente heridas o llagas profundas. La naturaleza —incluso en manos de la potencia angélica—requiere siempre cierto tiempo para poder realizar esas cosas. Lo instantáneo está tan sólo en manos de Dios.
5. Las traslaciones verdaderamente instantáneas. Suponen una alteración de las leyes de la naturaleza, que únicamente puede realizarla su Autor.
   El demonio, como espíritu puro, puede trasladarse de un sitio a otro sin pasar por el medio. Pero no puede trasladar un cuerpo sin que éste tenga que recorrer todo el espacio que separa el punto de partida (término a quo) del punto de llegada (término ad quem); y esto no puede hacerse instantáneamente por muy rápido que supongamos ese movimiento.
6. Las leyes actuales no permiten en modo alguno la compenetración de los cuerpos sólidos. El demonio, espíritu puro, puede, sin duda, atravesar a su arbitrio las substancias materiales; pero conferir a un cuerpo el privilegio de compenetrarse con otros—atravesando, v.gr (por ejemplo)., una pared—supone una virtud trascendente que Dios se reserva para sí.
7. La profecía estrictamente dicha sobrepasa las fuerzas diabólicas, aunque puede el demonio simularla con ayuda de previsiones naturales, de fórmulas equívocas o de mentiras audaces. Sin embargo, Dios puede valerse de falsos profetas para anunciar alguna cosa verdadera, como en el caso de Balaam o de Caifas; pero entonces aparece claro por el conjunto circunstancias que el falso profeta es utilizado en aquel momento como instrumento de Dios.
8. El conocimiento de los pensamientos y de los futuros libres escapa igualmente al control de Satanás; sólo puede valerse de conjeturas. Pero téngase presente que para la extraordinaria potencia intelectual de la naturaleza angélica las conjeturas son mucho más fáciles que para el psicólogo más eminente; el temperamento, los hábitos adquiridos, las experiencias pasadas, la actitud del cuerpo, la expresión de la fisonomía, el conjunto de circunstancias, etc., etc., hacen adivinar fácilmente a los espíritus angélicos las meditaciones silenciosas de nuestro entendimiento y las determinaciones secretas de nuestra voluntad.
9. El demonio no puede producir en nosotros fenómenos de orden puramente intelectual o volitivo. Ya hemos señalado más arriba la razón: en el santuario de nuestra alma, nadie, fuera de Dios, puede penetrar directamente.
   Estas son, brevemente expuestas, las principales cosas que el demonio no puede hacer, relacionadas todas con los fenómenos místicos. Omitimos muchas otras cosas que no interesan a nuestro propósito. Veamos ahora rápidamente los fenómenos místicos que el demonio podría falsificar.


   B) LO QUE EL DEMONIO PUEDE HACER PERMITIÉNDOLO DIOS

1) Producir visiones y locuciones corporales o imaginarias (no las intelectuales).
2) Falsificar el éxtasis (produciendo un desmayo preternatural).
3) Producir resplandores en el cuerpo y ardores sensibles en el corazón. Hay más de un ejemplo de «incandescencia diabólica».
4) Producir ternuras y suavidades sensibles.
5) Curar, incluso instantáneamente, ciertas enfermedades extrañas producidas por su acción diabólica. Claro está que no se trata propiamente de curación, sino tan sólo de «dejar de dañar», como dice Tertuliano. Como la pretendida enfermedad era debida exclusivamente a la acción de Satanás, cesando la causa, desaparece instantáneamente el efecto.
6) Producir la estigmatización y los demás fenómenos corporales y sensibles de la mística, tales como los olores suaves, coronas, anillos, etc. Nada de esto sobrepasa las fuerzas naturales de los demonios.
7) No puede el demonio derogar las leyes de la gravedad, pero puede simular milagros de este género por el concurso invisible de sus fuerzas naturales. Téngase presente para la cuestión de la levitación: pueden darse levitaciones diabólicas, como en el caso de Simón Mago.
8) Puede substraer los cuerpos a nuestra vista interponiendo entre ellos y nuestra retina un obstáculo que desvíe la refracción de la luz o produciendo en nuestro aparato visual una impresión subjetiva completamente diferente de la que vendría del objeto.
9) Puede producir la incombustión de un cuerpo interponiendo un obstáculo invisible entre él y el fuego.
   En resumen: todos los fenómenos que puedan resultar de un movimiento natural de fuerzas físicas, aunque el hombre no sea capaz de producirlas ni siquiera llevando hasta el límite máximo sus energías naturales, puede en absoluto producirlas el demonio —supuesta la permisión divina— en virtud de su propia potencia natural, extraordinariamente superior a la del hombre. Pero, cualquiera que sea la naturaleza del fenómeno producido por las fuerzas diabólicas, no rebasará jamás la esfera y el orden puramente natural. Lo sobrenatural no existe aquí más que por relación al hombre, esto es, en cuanto que los fenómenos producidos sobrepujan las fuerzas humanas; pero, considerados en sí mismos, se trata de realidades pura y simplemente naturales. Es un caso típico de sobrenatural relativo, que debe llamarse, con mayor precisión y exactitud teológica, «preternatural».

“TEOLOGÍA DE LA PERFECCIÓN CRISTIANA”

HABLA UN CONDENADO AL INFIERNO : RAYMOND DIOCRES

El terrible caso del doctor Raymond Diocres – Por Monseñor de Segur.




   En la vida de San Bruno, fundador de los Cartujos, se encuentra un hecho estudiado muy a fondo por los doctísimos Bolandistas, y que presenta a la crítica más formal todos los caracteres históricos de la autenticidad; un hecho acaecido en París en pleno día, en presencia de muchos millares de testigos, cuyos detalles han sido recogidos por sus contemporáneos, y que ha dado origen a una gran Orden religiosa.
   Acababa de fallecer un célebre doctor de la Universidad de París llamado Raymond Diocrés, dejando universal admiración entre todos sus alumnos. Era el año 1082. Uno de los más sabios doctores de aquel tiempo, conocido en toda Europa por su ciencia, su talento y sus virtudes.
   Bruno, hallábase entonces en París con cuatro compañeros, y se hizo un deber asistir a las exequias del ilustre difunto. Se había depositado el cuerpo en la gran sala de la Cancillería, cerca de la Iglesia de Nuestra Señora, y una inmensa multitud rodeaba respetuosamente la cama, en la que, según costumbre de aquella época, estaba expuesto el difunto cubierto con un simple velo.
   En el momento en que se leía una de las lecciones del Oficio de difuntos, que empieza así: "Respóndeme. ¡Cuán grandes y numerosas son tus iniquidades!", sale de debajo del fúnebre velo una voz sepulcral, y todos los concurrentes oyen estas palabras: "Por justo juicio de Dios he sido acusado”.
   Acuden precipitadamente, levantan el paño mortuorio: el pobre difunto estaba allí inmóvil, helado, completamente muerto. Continuóse luego la ceremonia por un momento interrumpida, hallándose aterrorizados y llenos de temor todos los concurrentes.

   Se vuelve a empezar el Oficio, se llega a la referida lección:"Respóndeme”, y esta vez a vista de todo el mundo levántase el muerto, y con robusta y acentuada voz dice: “Por justo juicio de Dios he sido Juzgado”.
   Y vuelve a caer. El terror del auditorio llega a su colmo: dos médicos justifican de nuevo la muerte; el cadáver estaba frío, rígido; no se tuvo valor para continuar, y se aplazó el Oficio para el día siguiente.
   Las autoridades eclesiásticas no sabían qué resolver. Unos decían:
"Es un condenado; es indigno de las oraciones de la Iglesia”.
   Decían otros: "No, todo esto es sin duda espantoso; pero al fin, ¿no seremos todos acusados primero y después juzgados por justo juicio de Dios?”
   El Obispo fue de este parecer, y al siguiente día, a la misma hora, volvió a empezar la fúnebre ceremonia, hallándose presentes, como en la víspera, Bruno y sus compañeros.
   Toda la Universidad, todo París había acudido a la iglesia de Nuestra Señora. Vuelve, pues, a empezarse el Oficio. ¡A  la misma lección:"Respóndeme”, el cuerpo del doctor Raymond se levanta de su asiento, y con un acento indescriptible que hiela de espanto a todos los concurrentes, exclama: "Por justo juicio de Dios he sido condenado ” y volvió a caer inmóvil.


   Esta vez no quedaba duda alguna: el terrible prodigio, justificado hasta la evidencia, no admitía réplica. Por orden del Obispo y del Capítulo, previa sesión, se despojó al cadáver de las insignias de sus dignidades, y fue llevado al muladar.
   Al salir de la gran sala de la Cancillería, Bruno, que contaría por  entonces cerca de cuarenta y cinco años de edad, se decidió irrevocablemente a dejar el mundo, y se fue con sus compañeros a buscar en las soledades de la Gran Cartuja, cerca de Grenoble, un retiro donde pudiese asegurar su salvación, y prepararse así despacio para los justos juicios de Dios.
   Verdaderamente, he aquí un condenado que “volvía del infierno" no para salir de él, sino para dar de él irrecusable testimonio.


Fuente : Sancte Michael Archangele